CaixaForum Palma explora los límites de la imagen en una muestra dedicada a Javier y Rafa Forteza




La muestra reúne por primera vez obras de ambos creadores, que desde caminos distintos, aunque paralelos, exploran los límites de la imagen, el enigma del rostro y la potencia de lo abstracto.
La gestora de planificación y contenidos de CaixaForum Palma, Noemí Vallespir.; el comisario de la exposición y director de Es Baluard Museu d’Art Contemporani de Palma, David Barro, y los artistas Javier y Rafa Forteza han presentado este viernes la exposición Rumores infundados. Javier y Rafa Forteza. Desde caminos distintos, aunque paralelos, estos dos creadores exploran los límites de la imagen, el enigma del rostro y la potencia de lo abstracto.
La exposición, la primera organizada conjuntamente entre la Fundación ”la Caixa” y Es Baluard Museu d’Art Contemporani de Palma, consta de un total de 24 obras de arte entre pinturas y esculturas. De estas obras, 8 son de Rafa Forteza, y 16, de Javier Forteza. La muestra, que abrirá sus puertas al público entre el 20 de septiembre de 2025 y el 11 de enero de 2026, invita a los espectadores a sumergirse en un universo visual donde lo reconocible se resiste y lo figurativo dialoga con la materia.
Ambos artistas comparten una fascinación por lo enigmático y lo ambiguo. En las piezas de Javier Forteza, médico de profesión, los rostros son secuencias móviles que oscilan entre el dolor y la calma. En el trabajo de Rafa Forteza, la abstracción se convierte en un lenguaje poético y simbólico que evoca la memoria, el rumor y la insinuación.
Comisario y director de Es Baluard Museu, David Barro
En muchas de las obras de Javier y Rafa Forteza se nos aparece un rostro que corresponde a una representación andrógina y que no acaba de vencer su impersonalidad o, en otras palabras, que no permite su reconocimiento y continúa la incógnita de su identidad. Esa indeterminación es lo que une a estos dos artistas, que tienen mucho que ver y que, al mismo tiempo, no tienen nada que ver.
Es en esa suerte de relato introspectivo, de palabras no dichas o que simplemente se conjugan con significados diferentes para cada espectador, donde se asienta esta exposición.
Javier y Rafa Forteza amplifican la ambigüedad de la imagen, la rarifican. Es una ambigüedad que exige un esfuerzo analítico. En el caso del primero, que se dedica profesionalmente a la oncología dermatológica, en su trabajo se descubren caras de angustia o miedo, pero también de serenidad o de alivio. En el caso de Rafa Forteza es una necesidad de caminar hacia el espesor de las imágenes, que se deslizan hasta cristalizar en la superficie; ahí estriba su postura de resistencia, también cuando la abstracción y la figuración se juntan en un diálogo único entre estilos.
En ambos casos hay una fascinación por el enigma, por la distancia. Es algo que se advierte cuando se trata de rostros, ya que son figuraciones que resisten, que conviven en su secreto a modo de escrituras inacabadas que gozan de una imperiosa necesidad de sentirse imágenes, de convertir un espacio de perplejidad en un campo abierto para las emociones.
Todo ello es palpable también en las pinturas más abstractas de Rafa Forteza, donde ahora predomina más el crudo de la tela, el abismo silencioso, que no es vacío sino materia interiorizada. En sus pinturas, nuestra expectativa fracasa y nos encontramos con motivos repetidos que, sin embargo, siempre son distintos.
Lo decía Luis Buñuel con respecto a uno de sus filmes: «Es repetitivo como la vida y, como la vida, sujeto a múltiples interpretaciones». Se refería a El ángel exterminador, donde hay, por lo menos, una decena de repeticiones. «Se ve, por ejemplo, a dos hombres que son presentados el uno al otro y que se estrechan la mano diciendo: “Encantado”. Un instante después, vuelven a encontrarse y se presentan de nuevo el uno al otro como si no se conociesen. Una tercera vez, por fin, se saludan como dos viejos amigos».
Tal vez esa sea la mejor relación pictórica que podamos estrechar entre los hermanos Forteza, de influencias intermitentes fruto de unas inquietudes comunes fraguadas en lo enigmático y en la curiosidad. La cuestión radica en la incapacidad de escrutar, en la necesidad de resolver, únicamente posible en la voluntad de imaginar.
Ausencia, Javier Forteza (2023).© Fotografía: Natalia Lebedeva
Las obras de Rafa Forteza se proyectan siempre en un espacio intersticial que acoge fricciones y discontinuidades. Es el poder del símbolo lo que le interesa, una suerte de alfabeto secreto donde cualquier detalle se ofrece importante para la mirada y los colores se anulan y potencian unos a otros. Es la pintura como tarea interminable, una suerte de palimpsesto capaz de convocar los silencios y las memorias de lo aprehendido. Como un poema.
En Javier Forteza, esas deformaciones de lo vivido se concentran en el rostro, que siempre es una secuencia movediza. Esa pintura violentada esboza lo que desborda su lugar, la reverberación del rostro, lo que esconde y expresa, una sensación deslizante que es hermana de la que nos proyectan las esculturas povere de Rafa Forteza o los fondos fractales de sus derivas abstractas. Se trata de exprimir al máximo la poética de la imagen y de la pintura como observación y sensación, como en el cine de Tarkovski y esa capacidad de transitar las distintas escalas. Son imágenes que abrazan el sentido de pérdida al que se refiere Georges Didi-Huberman cuando señala que «la modalidad de lo visible deviene ineluctable —es decir, condenada a una cuestión de ser— cuando ver es sentir que algo se nos escapa ineluctablemente: dicho de otra manera, cuando ver es perder».
Todas estas obras son lugares sin nombre, máxime si atendemos a cómo la abstracción es un lenguaje capaz de sintetizar plásticamente otros como el de la poesía, la filosofía o la música. Pero los rostros son comunes y los elementos son formas esenciales, como los colores, protagonistas de la vida contemporánea. Es, por tanto, que en esta exposición las reverberaciones y las resonancias, una suerte de rumores abiertos para el espectador, dominan porque, más que un viaje, lo que se propone es una inmersión en lo incierto y no hay nada más impenetrable que la insinuación de un rostro: un paisaje interior donde la realidad siempre está en movimiento, desenfocada.