Trump, Putin y la cumbre de Alaska: entre la diplomacia y el litio
Moscú insiste en que la seguridad de Rusia depende de frenar la expansión de la OTAN hacia el este y de mantener a Ucrania neutral. Pero los hechos muestran que el Kremlin controla buena parte de Donetsk, Lugansk, Zaporiyia y Jersón, regiones que ya ha incorporado en su Constitución. Detrás de esta insistencia territorial no solo hay razones históricas o de seguridad: también hay intereses económicos muy concretos.
En el Donbás y el sur de Ucrania se concentran algunas de las mayores reservas de litio de Europa, un mineral esencial para fabricar baterías y sostener la transición energética. Antes de la invasión, Ucrania aspiraba a convertirse en un proveedor clave para la industria europea. Hoy, buena parte de esos yacimientos se encuentran bajo control ruso. No es casual que líderes europeos presionen para que Moscú devuelva esos territorios: no solo defienden la soberanía de Kiev, también buscan garantizar su propio acceso a recursos estratégicos.
El Kremlin, por su parte, justifica la ofensiva apelando a los derechos de la población rusoparlante y a los Acuerdos de Minsk, nunca plenamente aplicados. Pero el discurso de “protección cultural y lingüística” convive con una realidad más pragmática: el control de materias primas que marcarán la economía mundial en las próximas décadas.
La cumbre de Alaska deja claro que las posiciones siguen muy alejadas. Putin no renuncia a los territorios ocupados; Trump busca protagonismo como mediador, sin un plan sólido; y Ucrania recuerda que su futuro no puede decidirse sin estar presente en la mesa.
Y mientras tanto, la pregunta persiste: ¿se trata de un conflicto por seguridad y fronteras, o de una guerra por el control de los recursos del futuro?