El Ca de Bestiar, el último mallorquín que aún defiende su tierra

ca de bestia

Hubo un tiempo en que Mallorca estaba llena de guardianes. Algunos vigilaban el ganado, otros las fincas, y los más valientes —como el Ca de Bestiar— defendían su territorio con más determinación que muchos humanos defienden su hipoteca. Hoy, paradójicamente, el cap de bestia sigue haciendo lo que lleva siglos haciendo: proteger lo suyo. Mientras tanto, muchos “mallorquines de cuna” parecen haber olvidado cómo se hace eso.

El perro que no vende su finca

Fuerte, negro, fiel y territorial. Así es el Ca de Bestiar, ese perro pastor autóctono que todavía gruñe si alguien se acerca demasiado a su terreno. No lo hace por racismo, ni por especulación, ni porque aspire a un pelotazo urbanístico. Lo hace porque es suyo. Y porque, aunque no hable, entiende lo que significa arraigo.

En cambio, muchos humanos de carne y hueso, nacidos entre marges y alzines, se llenan la boca de “mallorquinisme”mientras cuelgan el cartel de “Se vende” en la casa de sus abuelos. Y no solo eso: lo celebran. Presumen de lo bien que han vendido a un alemán, sueco o francés, que ahora cultiva lavanda donde antes había tomates, y hace yoga en la cisterna reconvertida en “espacio wellness”.

Donde los perros no pueden comprar, pero los mallorquines tampoco

Mientras el Ca de Bestiar sigue patrullando los mismos caminos de tierra que sus antepasados recorrieron, hay pueblos en Mallorca donde un joven mallorquín no puede comprarse ni un trastero. Llámese Deià, Valldemossa, Santanyí o Artà. Barrios enteros donde el idioma más escuchado es el inglés o alemán y donde los únicos que aún entienden el mallorquín son… efectivamente: los perros.

Y mientras tanto, discursos encendidos sobre la identidad, la bandera, la lengua y el folklore. ¿Dónde estaba todo ese amor por la tierra cuando tocaba firmar ante notario?

El Ca de Bestiar no presume, protege

Este perro no se hace fotos con la senyera, ni dice “jo som mallorquí” en cada frase. No le hace falta. Su forma de demostrarlo es quedarse, guardar, cuidar. Quizá por eso sea el último mallorquín coherente que queda. El único que no pone precio a su finca. El que no se rinde al mercado.